¡YA NO LES TENEMOS MIEDO!

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Aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan.

Emiliano Zapata

Crear miedo, atemorizar, aterrorizar es una de las prácticas más viles y perversas utilizadas por todos aquellos que hacen del poder, la fuente de inspiración de sus más oscuras motivaciones y deseos personales. El miedo que tiene dos orígenes: uno, como resultado de brutales represiones y el otro, que basa su fortaleza en la ignorancia, pero también hay miedo a lo desconocido, a perder lo que se tiene, a ser descubiertos.

Pero el miedo que se logra con base al terror, como estrategia de poder, ha sido la práctica usual de aquellos que, contradiciendo las palabras de Maquiavelo cuando dijo que es mejor ser amado que temido, escogen el temor para lograr sus objetivos. En Guatemala, esa ha sido la forma de operar de una oligarquía intransigente, que se niega aceptar que el futuro de las sociedades depende de la cohesión de fuerzas, con base a la justicia y a la equidad y, en este país, a ello se le suman los corruptos operadores políticos que, como parásitos, se alimentan de la explotación de sus recursos.

El pueblo guatemalteco ha sido sometido, por mucho tiempo, a reiteradas escaladas de terror, en el que los sectores históricamente perjudicados han sido los indígenas, los campesinos, aquellos que han sido empobrecidos y explotados por los grupos conservadores de derecha, quienes ven en la acumulación de riqueza la fuente de su poder sobre los demás.

Así, durante el conflicto armado interno, en el que afloraron las más perversas manifestaciones de aquellos que dejaron de asumir su condición de humanos, legando a la historia escenarios dantescos de crímenes, asesinatos, masacres, exterminio de comunidades indígenas, de desapariciones y violaciones de miles de guatemaltecos; en el que se perpetraron crímenes selectivos y de lesa humanidad, abrumadoramente por parte de efectivos del ejército, el terror dejó su huella.

Queda en el imaginario colectivo de los habitantes de este país, los asesinatos de dirigentes obreros, de estudiantes, de docentes universitarios, de dirigentes políticos, de intelectuales, quienes no tuvieron más delito que soñar con un país diferente, por lo que ofrendaron sus vidas en manos de oscuros sicarios del mal.

De ahí que las desapariciones, los asesinatos, las masacres, dejaron en la zozobra a muchas familias guatemaltecas, siendo la violencia el fiel testimonio de la brutal represión vivida durante ese tiempo. Crímenes que, 27 años después, siguen ocultando el rostro de los responsables de tales magnicidios, en el que algunos empresarios, terratenientes, comerciantes, a los que únicamente les interesó la seguridad de sus bolsillos y la de sus privilegios, constituyen sus artífices.

Los aparatos represivos del Estado, con el pretexto de “defender al país del comunismo”, aunque es bien sabido que los intereses que protegían eran los de una pequeña élite, cometieron los crímenes más infames y vergonzosos en Guatemala, comparados con los ocurridos en tiempo de la Conquista. El terror dejó su huella y sumado a la exclusión de los sectores populares, inasistidos por el Estado en cuanto a condiciones materiales de vida, de salud, de educación, del resguardo de sus vidas, el miedo cobró mayor fuerza.

En el libro Demian, de Hermann Hesse, se encuentra una cita que tiene mucha relación con tan valiente declaración y dice: Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros. Ser conscientes de que se tiene miedo, de qué lo motiva y percatarse de quién lo infringe, es el primer paso para comenzar a ya no tenerlo y, con ello, liberarse del poder que ejercen los que hacen del terror una forma execrable de dominación. En el caso de los pueblos originarios de Guatemala, le están dando una lección histórica al mundo.

Actualmente, el capitalismo quiere imponer un mecanismo de control, del que Guatemala no es la excepción, y que describe muy bien Aldous Huxley cuando hace referencia a una dictadura perfecta, que consiste en un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre. La idea es no permitir que el pensamiento surja y actúe, enajenándolo y, con ello, impedir su liberación. Terror, distractores, alienación constituyen herramientas ideológicas de sojuzgamiento.

Así, para los que tienen muy poco, subsistir un día más es lo importante, desposeídos de recursos económicos, mermada su conciencia por el terror infundado, se inhiben de alzar la voz en contra de sus verdugos. Con relación a ello, Hannah Arendt dice que el terror extraordinariamente sangriento de la fase inicial de la dominación totalitaria sirve, desde luego, al propósito exclusivo de derrotar a los adversarios y de hacer imposible toda oposición ulterior. Acallarlos es lo que pretenden las élites guatemaltecas, pero están equivocados, el pueblo comienza a despertar, es consciente de quién es su enemigo y que solo unidos podrán derrotarlos.

Hace unos días, durante la declaratoria del paro nacional, en la manifestación genuina del pueblo de Guatemala, en la búsqueda del rescate del país de manos del Pacto de Corruptos, con mucha lucidez la alcaldesa de Santa Lucía Utatlán, Sololá, Luz Emilia Ulario dijo, ellos sí nos tienen miedo, porque nosotros ya no les tenemos miedo. El ya no tener miedo significa atreverse a pensar y actuar y es lo que se está viendo y escuchando a través de los dirigentes del movimiento de los 48 cantones de Totonicapán y de Sololá y al cual se le han unido miles de guatemaltecos.

Hoy es la oportunidad de cambiar al país, es ahora o nunca, para iniciar una nueva primavera democrática. Coincidentemente, se está a pocos días de conmemorar la gesta del 20 de octubre de 1944, lo que debería ser el aliciente que nos impulse en la lucha, para la construcción de otra Guatemala, pluricultural, inclusiva y democrática.

No se debe permitir que las elites disfrazadas de democracia neutralicen y tomen control del movimiento liderado por los pueblos originarios de Guatemala, desvirtuando las genuinas demandas que exigen, no solo que se respete el voto de la mayoría sino, también, un cambio sustancial en el país y, como lo dijo uno de sus dirigentes, no podemos dejar el trabajo a medias, debemos terminarlo y ello significa continuar en la lucha, cueste lo que cueste. Por todo eso, los guatemaltecos conscientes de la corrupción y el desgobierno, les debemos brindar el apoyo correspondiente, ya que al final, todos somos pueblo.

Autor: Jairo Alarcón Rodas

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