¡Equivocarse!, pues claro, es de sabios aprender a rectificar y para hacerlo, es necesario equivocarse. En un país donde sucede lo que Eduardo Galeano nos señala con su imaginativa frase “el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos” no resulta sorprendente que en materia política, hayamos convertido en un habito la virtud de equivocarnos.

Si imaginamos un cuadrante cartesiano y trazamos algunas curvas imaginarias de nuestros ya 38 años desde que iniciamos nuestra construcción de una Democracia Republicana y Constitucional, podríamos imaginar por ejemplo:

Eje vertical: nivel de avance y Eje Horizontal: Tiempo, está claro que trazaríamos una curva descendente de casi 90 grados de pendiente en picada, a juzgar por los resultados concretos que hemos alcanzado. Y pensar que todo esto se puede leer a partir de la forma en que hemos dejado de un lado y es más, hemos entregado al Crimen Organizado el Sistema de Justicia y el Sistema Político, todo ello porque el dinero sucio y mal habido, entro en el Sistema Financiero del sector privado del país.

Imaginemos ahora, Eje Vertical: Corrupción, Eje Horizontal: tiempo, bien podríamos trazar una curva ascendente de más de 90 grados de inclinación que muestra con prístina claridad el acelerado proceso que como nación, a partir de la toma del Estado con sus gobiernos de turno, saliendo del conflicto armado, entramos en espiral de gran aceleración en la que malos guatemaltecos se ocupaban de cooptar las instituciones democráticas y como afirma Eduardo Galeano en su libro el mundo al revés al referirse a la vida de la niñez de clase media:

“Entre una punta y la otra, el medio. Entre los niños que viven prisioneros de la opulencia y los que viven prisioneros del desamparo, están los niños que tienen bastante más que nada, pero mucho menos que todo. Cada vez son menos libres los niños de clase media. Que te dejen ser o que no te dejen ser: ésa es la cuestión, supo decir Chumy Chúmez, humorista español. A estos niños les confisca la libertad, día tras día, la sociedad que sacraliza el orden mientras genera el desorden. El miedo del medio: el piso cruje bajo los pies, ya no hay garantías, la estabilidad es inestable, se evaporan los empleos, se desvanece el dinero, llegar a fin de mes es una hazaña. Bienvenida, la clase de unos de los barrios más miserables de Buenos Aires.

La clase media sigue viviendo en estado de impostura, fingiendo que cumple las leyes y que cree en ellas, y simulando tener más de lo que tiene; pero nunca le ha resultado tan difícil cumplir con esta abnegada tradición. Está la clase media asfixiada por las deudas y paralizada por el pánico, y en el pánico cría a sus hijos. Pánico de vivir, pánico de caer: pánico de perder el trabajo, el auto, la casa, las cosas, pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser. En el clamor colectivo por la seguridad pública, amenazada por los monstruos del delito que acecha, la clase media es la que más alto grita. Defiende el orden como si fuera su propietaria, aunque no es más que una inquilina agobiada por el precio del alquiler y la amenaza del desalojo.

Atrapados en las trampas del pánico, los niños de clase media están cada vez más condenados a la humillación del encierro perpetuo. En la ciudad del futuro, que ya está siendo ciudad del presente, los teleniños, vigilados por niñeras electrónicas, contemplarán la calle desde alguna ventana de sus telecasas: la calle prohibida por la violencia o por el pánico a la violencia, la calle donde ocurre el siempre peligroso, y a veces prodigioso, espectáculo de la vida.

Entre tanto, otros autores guiados por antiguas enseñanzas teológicas, plantean alternativas que para muchos pueden sonar utópicas pero que para otros, un gran desafío para cambiar el rumbo. “Promover la participación política del pueblo de Dios como agente de Transformación Social, la teología de la ternura conlleva a acciones de cambio personal y cultural con repercusiones políticas. La ternura es una práctica revolucionaria, pero no de una revolución que solo exige el cambio de las estructuras sociales sino, una que también asume el cambio de conductas y comportamientos personales en la familia la escuela, el lugar de trabajo, la Comunidad de fe, el barrio, y la sociedad en general, ante el desamor y la deshumanización. La ternura afirma el camino del amor comprometido con las transformaciones para la dignidad y la vida plena de todas las personas. (Tomado, la revolución pendiente; del libro escrito por Harold Segura y Anna Grellert)

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