
Fui invitado, por una respetable amiga a un servicio religioso cargado de magia y supersticiones. El líder, llamado Pastor, Profeta y hasta predicador milagroso, salió al escenario emocionado pregonando que Dios le había dicho que estaba muy contento por las ofrendas y diezmo que los feligreses deban a la iglesia. Pero agregó -con un gesto nostálgico- Dios argumenta que no ha visto gestos donde, dar duela. Él quiere sentir que hay sacrificio cuando ofrendan y dan el diezmo. Dar lo que les sobra, eso se agradece, pero para el Rey de Reyes no es suficiente. Las ofrendas no son limosna, son el sumo, lo más preciado que alguien pueda tener y dar con amor, aun cuando esto sea doloroso.
El Pastor, de aspecto gerencial, muy elegante, reloj de pulsera de lujo, traje fino y corbata Pier cardán, se dio cuenta que todos se vieron las caras, algunos parecía que no entendían el mensaje. Entonces dijo que se refería a dar anillos, pulseras de lujo, relojes de buena marca, títulos de propiedad de automóviles y apartamentos…
– ¡Esos es amar a Cristo! – Vociferó.
Y señalando, como culpando a los presentes, pasó el dedo estirado sobre la gente que empezaron a quitarse sus prendas valiosas echándolas en unas canastas que pasaban los servidores de la iglesia.
Todos se quedaron orando y sufriendo porque muchos entregaron notas prometiendo sus títulos de propiedad de casas, negocios, tarjetas de crédito y cuanto tuviera valor para ellos y les dolía darlo. De esa manera ofrecía su amor a Cristo Rey.
Después de la alabanza volvió a salir al estrado el elegante Pastor, ahora con un gesto piadoso. Les dijo que Dios le había vuelto hablar, sólo que ahora comentó que estaba muy satisfecho por la muestra de amor que -casi todos- habían tenido para él. Por ese motivo estaba dispuesto a devolverles sus pertenencias, pero ya reevaluadas por expertos cristianos que le habían puesto precio a cada una de sus prendas, objetos y títulos de propiedad. Al finalizar el servicio podían pasar a recoger lo suyo, pagando lo que ahora valían…
– ¡Viva El Rey! – Con entusiasmo gritó y todos sugestionados y llorando repitieron:
– ¡Viva nuestro señor Jesús! –
Mi amiga lloraba, más no se si de vergüenza, por lo que yo había visto con asombro. La tomé del brazo y en secreto le comenté – Nada pasó, la gula y la avaricia, habitan en los templos -.
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